Por: Carolina Rojas, profesora del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales de la Pontificia Universidad Católica de Chile e investigadora CEDEUS.
En la ciudad gran parte de nuestros desplazamientos busca la efectividad. Es decir, llegar de un punto a otro en el menor tiempo posible, tolerando incluso malas condiciones de infraestructura y de confort durante el viaje.
Cumplir con el propósito, “llegar a la hora”, parece ser a veces el único atributo importante en la movilidad y algunos ansían volver a la “normalidad” de sus desplazamientos. Sin embargo, para muchas personas moverse por la ciudad está al borde de lo inhumano, y por lo mismo el alza del transporte público en el Metro de Santiago fue la mecha que encendió una crisis social en la cual estamos inmersos.
“No son 30 pesos son 30 años” es una consigna que nos invita a cuestionarnos cuál es el tipo de sociedad y ciudad que estamos construyendo y, por cierto, la movilidad es un aspecto fundamental que se ha visto muy desafiada en tiempos de pandemia. En este sentido me gustaría compartir algunas ideas respecto a qué condiciones o atributos del uso del espacio y el bienestar emergen desde el compartir en sociedad en lugares urbanizados, incluyendo las restricciones al desplazamiento. Estos atributos que, por supuesto no son lo únicos, a mi juicio son los mínimos valorables durante las crisis sanitaria y social que nos afectan y deben empujarnos a pensar en cuáles son las características y atributos para reorganizar nuestras ciudades hacia una movilidad más digna, más sustentable y más humana.
El espacio
De acuerdo a la pirámide de la movilidad, los modos más sustentables son la caminata y la bicicleta, seguidos del transporte público, pero paradójicamente son los modos con menos espacio en la ciudad, a ratos, incluso, pareciera que estorban. Proyectos para ensanchar veredas, hacer ciclovías o corredores de transporte público se transforman en actos de rebeldía y son acusados de “posiciones ideologizadas” en el debate de las políticas públicas de planificación urbana, cuando es evidente que esta infraestructura planificada puede mejorar la habitabilidad de movimientos de las personas que requieren más espacio para cumplir con el distanciamiento.
Ahora que, para algunos, el encierro es parte de nuestra rutina, valoramos más el espacio para nuestra movilidad al trabajo, estudios, compras, ocio, y también el cuidado de nuestros familiares en tiempos difíciles. Ese espacio, metros de cautela y seguridad, nos permitirá, a medida que vamos retornando a nuestras actividades, a caminar seguros, subirnos a la bicicleta (que aumentó sus ventas) y usar, por qué no, un transporte público sin hacinamiento e higienizado. En definitiva estos modos no pueden ser alternativos, sino centrales en los planes e intervenciones de transporte, por tanto los que debemos priorizar como sociedad para adaptarnos a esta y futuras crisis.
El bienestar
El confinamiento, aislamiento, el peligro de contagio, el teletrabajo, entre otros fenómenos, han generado presiones enormes en nuestro equilibrio psicológico. Una de las formas que te ofrece la ciudad para sobrellevar el estrés es el arbolado en calles y el acceso a las áreas verdes como parques urbanos, reconocidos por sus servicios de recreación y reducción del estrés, por medio de beneficios físicos, sociales y psicológicos. Lamentablemente, no todas las personas pueden disfrutar de una calle arbolada y de llegar caminando a compartir y convivir con un espacio abierto, verde y de calidad en 10 minutos. Persisten las brechas en dotación, infraestructura y acceso a subsanar en nuestras ciudades y que agravan la salud en grupos más vulnerables en sus desplazamientos como niños, personas mayores y de movilidad reducida.
Sin duda durante la pandemia se han evidenciado aún más las desigualdades estructurales en nuestras ciudades y que aún no tenemos la infraesctructura de transporte suficiente para superar las brechas, no hay duda que los problemas son múltiples y los desafíos enormes. Solo pongo sobre la mesa algunas ideas que dan luces y motivan la voluntad a proponer soluciones para compartir el espacio y mejorar el bienestar en los lugares cotidianos donde buscaremos un respiro, una contemplación y en donde porsupuesto seguiremos haciendo nuestras actividades diarias, seguramente con ajustes de horario que eviten las aglomeraciones, permitiendo movemos como personas conscientes del autocuidado. Es importante entender y en especial durante esta pandemia que el espacio público no puede ser propiedad imperativa de los autos por priorizar desplazamientos aparentemente más rápidos. Cederles el espacio sin oposición alguna ha normalizado que niñas y niños ya no puedan jugar en las calles y ha normalizado la pérdida de árboles por estacionamientos y que acceder a espacios verdes de calidad para un momento de pausa, solo sea posible desplazándose largas distancias por la virtud de algunas comunas. ¿Será que a partir de la pandemia llegue el momento definitivo de volver a compartir en las calles y en espacios abiertos?