Opinión

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La vuelta a la ciudad después de la pandemia

Por Klaus Benkel, socio de BL Arquitectos, miembro de la Asociación de Oficinas de Arquitectos de Chile (AOA).

En los últimos meses se ha podido observar un consistente aumento en la venta de casas con jardín. Esta tendencia claramente se origina a partir de la contingencia sanitaria y, en alguna medida, también por el estallido social. Lo que se busca básicamente es más espacio, algo de naturaleza, y mayor seguridad, alejándose de los puntos más conflictivos del centro de la ciudad. Por otro lado, con la implementación masiva del teletrabajo en algunos sectores, el tema de los traslados (y del tiempo perdido asociado a esto) pasó a un segundo plano. También la imposibilidad de cultivar la vida social debido a las restricciones de aforo y las cuarentenas relativizan la importancia de estas acciones. Esto se contrapone diametralmente con la idea de la ciudad compacta, densa, conectada y equipada, que es la forma de habitar sosteniblemente.

Vivir en los suburbios

En una ciudad como Santiago, mudarse a una casa con jardín implica trasladarse “fuera”. Estas tendencias podrían ser una buena noticia para la lucha contra el cambio climático, ya que contribuyen a descongestionar las áreas saturadas de la capital.

Sin embargo, todos los suburbios dependen completamente del uso de vehículos particulares para conectarse con los lugares de trabajo, estudio y abastecimiento. Eso significa que cada nueva casa implica al menos un nuevo automóvil incrementando la congestión de las vías de acceso a la ciudad, con todas sus implicancias: perder el tiempo en el taco en vez de estar trabajando o con la familia, estrés, consumo inútil de energía, producción de CO2, entre otras.

El mudarse a los suburbios también tiene implicancias en la vida social, al alejarse de su red de apoyo y de amistades. Existen estudios que demuestran que, por ejemplo, la gente le dedica tres horas a la semana a los amigos, para juntarse a tomar unas cervezas y a conversar. Al irse a las afueras, parte importante de ese tiempo se va en el traslado, quedando disponible finalmente algo como 30 minutos para realmente compartir con las amistades. Ante esa realidad, la gente deja de tener interés en juntarse, perdiéndose la red de apoyo.

Es por lo anterior que todas las teorías respecto al futuro sostenible de las ciudades apuestan por lugares densos, compactos y con una multiplicidad de usos. La idea es poder moverse dentro de la ciudad para ir al trabajo, al lugar de estudios, a las zonas de recreación, a las casas de los amigos y de los familiares, a los sitios de culto y al comercio a pie, en bicicleta o a lo más en locomoción pública, disminuyendo drásticamente nuestra dependencia de los automóviles particulares.

La densificación de la ciudad

Esta pandemia nos ha demostrado que nuestra idea de “densidad” se parece mucho al hacinamiento, y que las viviendas bien ubicadas son “chicas, pero caras”. No es casualidad que las familias que tienen los medios huyan de esos edificios de espacios ínfimos, mal iluminados y con mínimas condiciones de privacidad. Lo que apenas era soportable como lugar para dormir se convirtió en una tortura al pasar a ser también lugar de trabajo, lugar de estudios, sala de juegos y gimnasio.

Respecto al precio de los departamentos, ligado en última instancia al valor del terreno, lo único que se puede hacer es aumentar la oferta de aquellos construibles con una revisión inteligente y desprejuiciada de los instrumentos de planificación territorial. Estas modificaciones también deben incorporar la mixtura de usos para hacer posibles proyectos que reúnan en un mismo complejo viviendas, comercio, equipamiento recreativo y oficinas. Así se logrará una ciudad vibrante y viva (y por ende segura) los siete días de la semana, reduciendo de paso el uso de los autos y recuperando el espacio urbano para las personas.

Tal vez estos edificios no debieran ser necesariamente muy altos, pero definitivamente más continuos, formando manzanas compactas y homogéneas.

Si tenemos una ciudad con una adecuada mezcla de usos, tal vez no necesitemos que todos los edificios tengan gimnasio, salas de juego y quinchos, ya que estos equipamientos podrían existir fuera del edificio, públicos y mucho más entretenidos. Los metros cuadrados destinados a esos usos se pueden reasignar a las viviendas.

Si se encontrase una manera de ajustar los precios de la tierra, será nuestra tarea como arquitectos asegurarnos de que esa baja se traspase a mayores superficie y espacios más generosos, y no solamente a mayores utilidades. Las viviendas y la ciudad que proyectemos deben ser el escenario digno para la vida familiar en todas las circunstancias.

Si no es así, no vamos a haber aprendido nada durante esta pandemia.


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